Cada proyecto arquitectónico empieza con una idea, y esa idea, tarde o temprano, se convierte en materia.
Algo que pesa, que deja huella, que transforma un lugar y perdura en el tiempo.
Y, como arquitecto, no puedo evitar preguntarme: ¿con qué estamos construyendo el futuro?
Los materiales ya no son una elección neutra. Decidir con qué construimos es también decidir cómo queremos habitar el mundo. Hoy, en plena crisis climática y con un modelo de producción que necesita repensarse, la arquitectura tiene que mirar más allá de la forma.
Porque no se trata solo de diseñar espacios sostenibles, sino de construirlos con materiales que estén a la altura del reto.
Según el último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (2024), el sector de la edificación y la construcción fue responsable del 34 % de las emisiones globales de CO₂ relacionadas con la energía. No es un dato menor. Habla del peso —literal y simbólico— de lo que levantamos cada día.
Es por ello que en este artículo quiero compartir cinco materiales de construcción que, por sus propiedades, su origen o su capacidad de adaptación, me parecen esenciales para el futuro de la arquitectura sostenible.
Algunos vienen del pasado; otros, de la innovación técnica, pero todos tienen algo en común: nos invitan a construir sin destruir.
Tapial contemporáneo: volver a la tierra para mirar hacia adelante
Hay algo esencial en construir con tierra. El tapial, una técnica ancestral basada en compactar tierra cruda, está recuperando protagonismo por su bajo impacto ambiental, disponibilidad local y excelente comportamiento térmico.
Lejos de ser un sistema obsoleto, el tapial contemporáneo ha evolucionado: hoy se ensaya, se calcula y se regula. Su puesta en obra es más precisa, y sus resultados, más fiables. En un momento en el que buscamos reducir huella de carbono, minimizar residuos y recuperar el vínculo entre arquitectura y territorio, la tierra compactada ofrece una solución con enorme sentido constructivo y simbólico.
No es un material para todo tipo de proyecto, pero donde encaja, marca una diferencia real: se integra con el entorno, aporta masa térmica, regula la humedad y evita procesos industriales intensivos. A veces, la innovación no está en buscar lo nuevo, sino en reinterpretar lo que ya funcionaba.

Aluminio: ligereza, resistencia y circularidad
Hay materiales que no necesitan presentación, pero sí una nueva forma de entenderse. El aluminio es uno de ellos. Ligero, resistente, duradero… y, sobre todo, infinitamente reciclable. Literalmente. El aluminio puede reutilizarse una y otra vez sin perder calidad, y lo más interesante es que su reciclaje consume solo un 5 % de la energía necesaria para producir aluminio primario, según datos de la Aluminum Association de Washington D.C.
En un sector como el de la construcción, donde cada decisión pesa —y no solo en toneladas—, esto convierte al aluminio reciclado en un aliado estratégico. Su uso en carpinterías, fachadas ventiladas, estructuras ligeras o sistemas de sombreado permite reducir carga estructural, facilitar montaje y apostar por la circularidad sin sacrificar prestaciones técnicas.
Además, el uso de aluminio con contenido reciclado contribuye directamente a la obtención de certificaciones ambientales como LEED, BREEAM o VERDE, que valoran el empleo de materiales reciclables, locales y con bajo impacto energético en su fabricación. Apostar por fabricantes que certifiquen el porcentaje de aluminio reciclado —y que dispongan de declaraciones ambientales de producto (EPD)— no solo mejora la trazabilidad del material, sino que refuerza la sostenibilidad global del proyecto.
Eso sí: no todo depende del material, sino de cómo y de dónde se obtiene. Por eso, cuando se utiliza aluminio en arquitectura sostenible, la clave está en priorizar contenido reciclado y colaborar con fabricantes que certifiquen el origen y el proceso.
No se trata de dejar de usar aluminio, sino de usar el aluminio que ya existe. Y en eso, la arquitectura tiene un papel importante: el de dar forma a un sistema que recircule, que no extraiga más de lo necesario, y que transforme la eficiencia en valor arquitectónico real.

Barro cocido: la tradición constante
Pocas cosas representan mejor la relación entre arquitectura y territorio que el barro cocido. Ladrillos, tejas, baldosas… elementos que forman parte de nuestro paisaje construido desde hace siglos, y que siguen siendo una de las opciones más sostenibles cuando se producen de forma local y responsable.
El barro cocido es un material natural, abundante y estable, con un ciclo de vida largo y bajo mantenimiento. Su capacidad para regular la humedad, absorber, liberar calor y mantener condiciones interiores cómodas lo convierte en un excelente aliado para proyectos pasivos o de baja demanda energética. Además, puede reutilizarse o reciclarse con relativa facilidad, y al ser modular, reduce el desperdicio en obra.
Su verdadero valor, sin embargo, va más allá de lo técnico: el barro cocido habla el idioma del lugar. Su color, textura y escala lo conectan con la memoria constructiva del territorio. Y en un contexto en el que muchas veces se pierde identidad en favor de la eficiencia, construir con barro es también una forma de construir pertenencia.
Quizá no sea un material nuevo, pero sí es uno que no ha dejado de ser vigente. Y eso, en estos tiempos, ya es una forma de innovación.

Madera contralaminada (CLT): eficiencia estructural con huella reducida
Si hay un material que está redefiniendo lo que entendemos por construcción sostenible en el siglo XXI, es la madera contralaminada, o CLT. Se trata de paneles compuestos por capas de madera maciza dispuestas en sentido perpendicular y unidas por presión y adhesivos. El resultado: un material estructural resistente, ligero y altamente prefabricable.
Pero más allá de su comportamiento técnico, lo que me parece verdaderamente interesante del CLT es su capacidad para combinar sostenibilidad y rendimiento. La madera almacena carbono durante su vida útil, su extracción genera menos emisiones que los materiales tradicionales, y al fabricarse en taller, permite obras más limpias, rápidas y con menos residuos.
Además, el CLT nos devuelve algo que a veces olvidamos en la arquitectura contemporánea: la calidez y la honestidad material. Sus superficies son habitables en sí mismas, no necesitan ocultarse, y generan espacios saludables, acogedores y energéticamente eficientes.
¿Es la solución universal? Probablemente no. Pero es una alternativa potente, especialmente en proyectos donde la ligereza, la rapidez de ejecución y la reducción del impacto ambiental son prioridades claras. Y lo mejor: no se trata de una tendencia, sino de una tecnología madura que ya está transformando cómo —y por qué— construimos.

Piedra natural: durabilidad, baja transformación y sentido del espacio
La piedra natural es, probablemente, el material más antiguo con el que hemos construido. Y, sin embargo, sigue siendo uno de los más sostenibles cuando se emplea de forma racional y localizada. No necesita procesos químicos, su transformación es mínima, su ciclo de vida es larguísimo — si se mantiene en formato seco—, y puede desmontarse y reutilizarse con facilidad.
Lo que más valoro de la piedra no es solo su resistencia o su comportamiento térmico por inercia, sino su capacidad para anclar un proyecto al territorio. Cada tipo de piedra cuenta una historia geológica distinta, y usarla —bien elegida, bien colocada— es una forma de construir con identidad, sin necesidad de artificios.
También me parece interesante cómo la tecnología está renovando su uso. Sistemas de corte y colocación más eficientes, mecanización controlada y soluciones técnicas modernas están permitiendo recuperar la piedra como material arquitectónico contemporáneo, sin que pierda su carácter natural.
En un mundo enfocado en la innovación hay algo profundamente sostenible en apostar por un material que ya ha demostrado su durabilidad durante siglos. La piedra no necesita convencer a nadie: solo estar bien colocada, y permanecer.

Conclusión: elegir con criterio para construir con conciencia
Hablar de sostenibilidad no es solo hablar de normativas o etiquetas verdes. Es hablar de decisiones concretas que tomamos en cada proyecto. Y pocas decisiones pesan tanto —literal y simbólicamente— como la elección de los materiales.
Lo que me interesa de estos cinco ejemplos no es que sean perfectos, ni que sean aplicables a cualquier tipo de obra, sino que nos obligan a pensar: en el origen de lo que usamos, en su huella, en su ciclo de vida, en su destino. Nos empujan a salir del piloto automático y a proyectar con una mirada más amplia, más conectada con el territorio, con el tiempo y con las personas que habitarán lo que construimos y jugar con el entorno.
La sostenibilidad no está solo en el resultado final, sino en el proceso. Y como arquitecto, creo que tenemos la oportunidad —y la responsabilidad— de hacer que cada decisión material cuente. Porque no se trata de construir más, sino de construir mejor y que además, espacio, diseño, entorno y por supuesto, materiales, sean consecuentes a lo que quieren representar.